Acompañar al que enseña: Una demanda silenciosa

Hace unos días, una noticia estremeció a Salta y al país, un alumno de catorce años irrumpió con un machete en la Escuela Secundaria 5176 de Villa Esmeralda y sembró el pánico entre sus compañeros. Tras varias horas de búsqueda, fue detenido por la Policía y puesto a disposición de la Justicia. La causa, que comenzó investigándose como lesiones, amenazas y daños, pasó a estar caratulada como tentativa de homicidio.

Pero detrás de esa escena aterradora hubo una docente, una persona de carne y hueso que estaba presente, que contuvo, que protegió a sus estudiantes con lo que tuvo a mano. Que no tuvo más herramientas que su voz, su cuerpo, y ese temple que nos enseñan la vida misma y por supuesto los profesorados. ¿Quién la escuchó después? ¿Quién le preguntó cómo estaba, qué sintió, cómo había dormido esa noche? ¿Tuvo un espacio para hablar, para llorar, para descargar el miedo y la angustia?

Estas preguntas, lejos de ser anecdóticas, reflejan una realidad que viven miles de docentes a diario, porque el caso de Villa Esmeralda no es un hecho aislado. Es apenas la punta visible de una situación que se repite en distintos rincones del país, con distintas intensidades. La violencia en las escuelas dejó de ser eventual, se ha vuelto parte del paisaje cotidiano. Y, en ese contexto, ¿quién acompaña al que enseña?

Docentes que no solo enseñan, sino que también contienen, median, gestionan conflictos, escuchan relatos dolorosos y enfrentan situaciones de extrema tensión emocional y muchas veces lo hacen sin ser mirados.

En la mayoría de los casos, lo único que sostiene al docente es la red de colegas, esa sala de profesores donde se comparte un mate, un abrazo, una mirada, pero bien sabemos que esto no es suficiente. Porque el desgaste emocional es enorme, porque el miedo se acumula, porque la sensación de soledad, de estar librado a la suerte, va abriendo una herida a la profesión y a la vocación.

Hay países como Colombia que han comprendido la necesidad de cuidar al que enseña, de hecho, tienen equipos de apoyo psicosocial que intervienen en situaciones de crisis, acompañan a los docentes, brindándoles contención emocional, estrategias, tiempo y escucha.

Acompañar al que enseña no puede ser un gesto aislado ni una expresión de deseo, debe ser una decisión política sostenida en el tiempo. Porque ningún docente puede educar desde el miedo, desde el dolor, desde la frustración. Necesitamos construir una escuela donde enseñar no signifique exponerse a la violencia sin una red de contención.

Urge establecer espacios de escucha activa para docentes, protocolos de actuación que incluyan su cuidado emocional, planificar la formación continua no solo en lo pedagógico, sino también en habilidades socioemocionales, autocuidado, resolución de conflictos, y por supuesto con Directivos formados en liderazgo empático que acompañen. Y, sobre todo, urge dejar atrás el mito del docente héroe, que no solo no lo son, sino que no tienen por qué serlo. Son personas que merecen trabajar con apoyo y reconocimiento; porque lo que hacen cada día es inmenso, pero no por eso debe naturalizarse su quehacer diario.

Acompañar al que enseña es garantizar el derecho a enseñar en paz, es cuidar la salud mental de quienes están formando a las próximas generaciones, es defender la escuela como espacio de transformación y encuentro, no como un territorio de batalla.

Quizás hoy más que nunca necesitamos volver a mirar a quienes nos enseñan a mirar, porque sin ellos, no hay escuela, y sin escuela, no hay formación a los ciudadanos de la provincia y del país.

Mg. Roxana Celeste Dib