Es uno de los más notables hombres de la poesía salteña, fue gobernador de Salta y su erudición en las letras competía solamente con su honradez y hombría de bien. En esta obra, nos deja muchas rimas que confluyen en una suerte de tratado de filosofía existencial.
III
¡Aquí, desde este sitio y a esta hora,
voy al mundo a mirar a la manera
que solitario en árida ribera
contempla el pobre náufrago en el mar
las tablas sueltas de la rota nave
donde viajaba a los deseados puertos
y mira de otros náufragos los yertos
cadáveres flotar!
¡Allí para un bautismo han madrugado,
y a un niño envuelto con pañales finos
le ponen entre el cura y los padrinos
el sello de la santa religión,
como en la fiesta de la yerra ponen
una señal al infeliz ternero
cuyo destino es ir al matadero
o a tirar el arado en la opresión!
Cruza después un fúnebre cortejo;
con pompa en él la vanidad disputa
los homenajes que el dolor tributa;
¡Hoy cuántos llorarán la que murió!
¡Y antes que el cuerpo frágil se disuelva
bajo la triste lápida mortuoria,
tal vez habrá borrado su memoria
entre los seres que en el mundo amó!
¡Después el cuadro cambia; y de una boda
el grupo alegre desde aquí contemplo;
se agolpan los curiosos hacia el templo,
y en los delirios de su tierno afán,
los novios sueñan que al edén caminan,
sin pensar en su férvido alborozo
que marchan ciegos de pasión y gozo,
y los ciegos no saben dónde van!
¡No saben que el amor como la muerte
nos lleva en dirección desconocida;
toma al azar las almas en la vida,
les hace un cielo próximo entrever,
y los arrastra al vértigo y a la noche;
yo hallé un calvario al fin de ese camino;
implacable al herir es el destino
cuando tiene por ama a la mujer!
Yo quise a una… La adoraba tanto
como si la pasión de muchas vidas
estuvieran en mi alma refundidas;
¡eran un amor salvaje y tropical!
¡Pero fría y tenaz calculadora
me inmoló sin piedad a su egoísmo;
por su culpa me arrastro en un abismo,
por ella soy borracho y criminal!
¡Y ella vive triunfante, y yo caído,
y aún siento que de allá desde su altura
me tiene como atado a su hermosura,
pendiente en el dogal de mi dolor;
así un árbol hermoso en campo ameno
gentil se ostenta sobre verde alfombra,
sosteniendo un cadáver que a su sombra
lívido cuelga de una rama en flor!
Me traicionaron cuando yo tenía
sed de emociones y hambre de placeres;
¿pero a qué maldecir a las mujeres?
No son todas así:
muchas saben amar; y lo que arroja
más hiel y luto en mi existencia triste,
es que yo veo que el amor existe
¡y sé que ya nada existe para mí!
¡Yo necesito emborrachar el alma;
adormecer el corazón; y quiero,
ya que en el campo de la lid no muero,
morir como un pagano en el festín!
¡El paganismo engrandeció la vida
y con su culto embelleció la muerte!
¡Yo que no tuve para laudos suerte,
con rosas quiero arrebolar mi fin!
¡Oh, tú, joven beldad hija del pueblo
que tras el mostrador de una taberna
te han condenado en una orgía eterna
a que marchites tu mejor edad!
ven y deshoja flores en mi vaso;
juntemos mi dolor con tu tristeza;
joya en el barro, pierdes la pureza,
y aún guardas, pobre niña, tu bondad!
¡Entre el horror de la embriaguez y el juez,
estallando en salvaje paroxismo
te vi, rayo de luz en este abismo,
oleadas de furor apaciguar;
si el dolor de los grandes infortunios
arranca el llanto de tus ojos bellos,
alma piadosa, llora por aquellos
que, como yo, no pueden ni llorar!
¿Qué agreste selva del Guazú en las islas
te dio su sombra y apacible ambiente?
¿Qué primavera enguirnaldó tu frente?
¿Qué linfa pura humedeció tu faz?
¿Qué lirio inmaterial llevan tus manos?
¿En tu triste mirar, qué mundo en duelo,
cuál noche inmensa de un remoto cielo
se trasluce en relámpago fugaz?
¡Salve a ti la mujer sin artificios
que el gran pecado original renueva;
después de maldecida, por Dios, Eva,
recién fue madre de la humana grey.
Tú no te vendes, pero no te guardas
por ningún interés, ni aún el más alto;
va hacia el amor tu corazón de un salta,
sin reserva, sin cálculo, son ley!
Alma libre en doliente vida esclava,
busca el olvido como yo, que olvido
hasta tu nombre a tu desgracia unido;
eres la imbautizada para mí,
la mujer natural en que el misterio
del sexo intensifica sus poderes;
con el nombre de todas las mujeres
cuyo dulce recuerdo evoco en ti.
Te iré a solas llamando; sus imágenes
surgen ya en mi memoria una por una
entre destellos pálidos de luna
o en celajes de vívido arrebol;
la que primero iluminó mi Oriente
hacia una estrella en mis visiones sube;
¡la última va triunfal entre una nube
que al sol se dora, pero cubre al sol!
Ellas están en ti, tú estás en ellas;
confundidas contigo van de paso
sus sombras diseñándose en mi vaso
donde miro en reflejo temblador,
de un mundo venidero extrañas cosas,
cosas sombrías de un pasado mundo;
¡Tú no sabes qué inmenso, qué profundo
es el fondo de un vaso de licor!
¡Ven a mirarte en él; ven y desgrana
allí las gotas de tu llanto en perlas
y mientras mi alma se abre a recogerlas,
deshojaremos en un haz gentil
las rosas de tus labios en mis labios;
deja que el cielo en tus pupilas mire;
suspira junto a mí para que aspire
en tu suspiro un hábito de Abril!
¡Pudiéramos huir hacia un desierto!
¡Renacer moralmente en la natura!
¡Donarnos a la luz y a la hermosura
de la vida en su fuente original!
¡Pudiéramos arriar nuestro pasado
como roja bandera que se arranca,
y en nuestro ser enarbolar la blanca
y azul enseña de la paz rural!
La pampa en su confín tuvo misterios
Donde creó de la leyenda el numen
“la ciudad de los Césares” resumen
del nuevo mundo en máximo esplendor;
era un “Dorado” austral que sugería
ansias más bellas que la sed del oro;
de esa visión olímpica el tesoro
fue el ideal de una vida superior.
¡Vida suma en país de semidioses
donde no había psíquicas herrumbres,
donde no había humanas servidumbres
de pobreza, fealdad y senectud!
¡Todo allí era triunfal, todo presagio
de realidades que el futuro abarca;
reino del cóndor, terrenal comarca
que copia el cielo de la Cruz del Sud!
Circundado de indígenas pinares
esplende allí en remoto valle andino
un lago cristalino, cristalino
hasta en el nombre: el lago Aluminé;
entre montes volcánicos sus aguas
un viso espiritual dan al paisaje;
en esa ignota soledad salvaje,
un albergue de amor imaginé.
¿Hace aún milagros el amor? ¿Se cambia
de existencia cambiando de horizonte?
será posible que mi ser remonte
hacia la primitiva sencillez?
Quizás puedas, salvándome, salvarte,
si de mi corazón que resucita
te haces tú una piadosa madrecita,
mientras yo me hago una ideal niñez.
La soledad liberta o aniquila;
vamos allá; tus callas; yo evidencio
que perdida en el mar de tu silencio
náufraga flota mi última ilusión.
Ya no hay ahora juventudes de égloga;
la égloga tiene ambiente a la distancia,
pero ya no la personal sustancia;
falta la primavera al corazón.
IV
El extraño poder que rige el orbe,
sin consultarme, sin que yo lo pida,
me hizo el presente griego de la vida
que no puede en verdad agradecer;
al mundo me lanzó como en la noche
arroja el mar un náufrago a la playa;
de este destierro, cuando al fin me vaya,
¿dónde irá lo que hay de íntimo en mi ser?
A la nada, al infierno, a cualquier parte,
que sea lejos, lejos de este mundo,
astro maldito, globo moribundo,
que nutre a la podrida humanidad,
donde abriendo la muerte a cada paso
a nuestros pies alguna tumba nueva,
una mitad del corazón nos lleva
y nos deja a sufrir la otra mitad.
Los trovadores que con pulcro estilo
hacen gemir sus liras enlutadas,
comparan con las rosas deshojadas
una vida infeliz;
la mías es cual las hierbas de un camino
que al sol y a la intemperie se marchitan
el casco de las bestias que transitan
las seca y las arranca de raíz.
Es malo ser poeta, pero es santa
su labor de belleza y armonía;
el pueblo siempre amó la poesía
y yo amo todo lo que vibra en él;
amo el laúd de los cantores tiernos
y de espontáneos naturales sones;
el que interpreta humanas emociones
o los murmullos de épico laurel.
También la inspiración ardió en mi frente;
yo fui poeta en mi niñez; tenía
vivaz, palpitadora fantasía
y abierto a plena vida el corazón.
Yo amaba todo, y todo alguna nota
dejó en mi alma, cuando ardiente y pura,
floreció en blancos lirios la ternura
o en purpuritas rosas de pasión.
Yo fui poeta en mi niñez; mi genio
era en la vida, franco, audaz y altivo;
en la naturaleza, reflexivo,
y triste allá en la interna soledad
donde se aísla en la emoción mi espíritu;
soy sano, y sin embargo desfallezco
a influjo de un terrible mal; padezco
de una incurable sensibilidad.
Yo nunca lloro en el dolor agudo,
y de mi alma en las tormentas graves
me reconcentro en mí, como las aves
que callan cuando sopla el vendaval;
pero en las horas de las calmas tristes
mezclan sus cantos a las voces hondas
del viento, de las aguas y las frondas
en la melancolía vesperal.
Hoy, sólo a falta del amor o el vino,
o cuando el vino o el amor me sacian,
llamo a las musas que mi ser espacian
y sólo acude ya la del dolor;
ella en las fibras de mi pecho pulsa
elementales ritmos monocordes,
rudos como los ásperos acordes
de la tosca canción del payador.
Es que en la selva que asoló el incendio
no anidan ya los pájaros cantores,
el árbol del desierto no da flores,
y cuando da, las seca el huracán;
no tiene arroyos, ni verdor, ni tiene
blandas ondulaciones de colina
la roca abrupta de una cumbre andina,
cráter tal vez de incógnito volcán.