El Temulento, del Dr. Joaquín Castellanos (primera parte)

Es uno de los más notables hombres de la poesía salteña, fue gobernador de Salta y su erudición en las letras competía solamente con su honradez y hombría de bien. En esta obra, nos deja muchas rimas que confluyen en una suerte de tratado de filosofía existencial.

I


¡Ya van tres noches de festín! En ellas,
ávido el corazón de un algo inmenso,
toda una vida en el placer condenso
y aún tengo hambre de placer y amor.
Quiero beber mi juventud de un sorbo
del goce en la frenética locura,
como en el ansia de la sed se apura
una copa repleta de licor.

¡Afluye a mi cerebro en onda cálida
la sangre, haciendo estremecer el pulso;
y vacilante, trémulo, convulso,
con nerviosa inquietud
siento que el aire a mis pulmones falta;
mi pecho en sorda agitación palpita,
y el golpe seco al retumbar imita
del martillo clavando el ataúd!

¡Corra el delite para mis audales;
más que la tempestad temo la calma;
tormentas de placer sacudan mi alma
que harto conoce ya las del pesar!
¡Dadme el ardor de las pasiones locas,
dadme un edén de tropicales flores;
quiero aturdirme en un frenesí de amores
y en un salvaje vértigo gozar!

¡Los pobres hijos de la vida mínima,
que en toda conmoción ven un desorden,
son incapaces de entender el orden superior
de una vasta convulsión;
sólo los hijos de la vida máxima
sienten las cataratas musicales
y los inmensos ritmos potenciales
de la naturaleza en conmoción!

¡Yo antes amé la vida del desierto,
a donde libre el corazón se expande,
a donde el hombre, inculto pero grande,
parece dominar la inmensidad;
¡ay!, yo envidiaba al hijo de la pampa,
al rey de la llanura primitiva,
cuando tenía en su extensión nativa
por única rival la tempestad!

¡Hoy busco las ciudades; hoy prefiero
la sucia fonda que con luz mezquina
amarillenta lámpara ilumina
a un paisaje bellísimo con sol;
la taberna es mi hogar; en este sitio
donde se goza, porque en él se olvida,
vengo a tomar venganza de la vida
usando como un arma, el alcohol!

¡Aquí llegan los náufragos del mundo;
aquí en la pobre y mísera taberna
el pueblo alivia la tristeza eterna
de un dolor cuyo fondo nadie ve;
este es el sitio, la fatal guarida
en donde a unos la miseria lanza,
a otros un amor sin esperanza
y a muchos como a mí…yo no sé qué!

¡Es cómo esas honduras que en los montes
doran apenas pálidas vislumbres;
a veces lo que rueda en las cumbres
es allí donde cae;
sordas borrascas su interior conmueven,
estallan silenciosos cataclismos,
y tiene, como todos los abismos,
el misterioso vértigo que atrae!

¡Irresistible vértigo!; conozco
un hombre del alto ingenio, allí perdido;
ebrios los padres de su padre han sido,
su padre y sus hermanos ebrios son;
los tristes frutos de su amor, los rasgos
de esa fatal herencia llevan fijos,
y ebrios serán los hijos de sus hijos,
¡ay!, hasta la postrer generación.

Yo he visto en frente a la taberna el cuerpo
de un joven bello de gallardo talle,
que un día sobre el cieno de la calle,
entre un charco de sangre amaneció;
no tuvo quien lo asista, en moribundo;
su último y doloroso ¡adiós! al mundo
nadie en el mundo oyó!

¡Eso me espera a mí…, pero bebamos!
Adentro, mis gozosos camaradas
bailando con mujeres alquiladas
se agitan al compás de un acordeón.
Allí en un charco de licor, un ebrio
resbala y cae…; palmotea y mofa,…
tumbando en tierra impreca y filósofa,
He ahí al hombre, al rey de la creación!

II

De un organillo que en la calle suena
mezclan al vago acorde, sus ronquidos,
los que chorreando baba allí tendidos
duermen en el sopor de la ebriedad;
al fin se tiñe ese grotesco cuadro
con la luz virginal de la mañana;
yo me acerco a mirar de una ventana
el lento despertar de la ciudad.

Tenue bruma esparcida en los confines

formando a modo de un visible ambiente
la faz del cielo cubre levemente
como un liviano, femenino tul;
con bordes de arrebol, nube plateada,
destacando al Oriente un blanco intenso
ondea y brilla en el espacio inmenso
como la espuma de ese mar azul.

Aún no aparece el sol, pero lo anuncian
los cielos, y la tierra lo delata,
empurpurado a su reflejo el Plata
espacio le disputa y luz al mar.
En sensual a la vez que religioso
Transporte vibra la natura toda,
Como en un regio festival de boda
Solemnizando ante divino altar.

¡Alborozos de amor cantan las aves;
las aguas en su oleaje forman lampos;
y en sus rumores, música; los campos
difunden paz; los árboles salud!
Es el alba de Dios sobre las pampas,
beso del sol a la gentil América,
derrotero de lumbre hacia un feérica
mansión de renovada juventud!

La vista de la aurora me transporta
a un mundo y a una época lejana;
es la hora del toque de la diana
y en distante cuarte suena un clarín.
¡Lo escucho en una orgía, y es el mismo
que allá en los tiempos de la patria, grandes,
retumbó en las quebradas de los Andes
y en los campos de Maipú y de Junín!

¡Oh, patria! ¡Yo, que hasta de Dios blasfemo
y desprecio los ídolos del hombre,
yo me arrodillo al pronunciar tu nombre;
tú eres mi única fe, mi único amor!
¡Cuánto envidio a los mártires sin gloria
que con la sangre ardiente de sus venas
mojaron del desierto las arenas,
su vida dando por guardar tu honor!

¡Quién fuera de esos héroes ignorados
que sucumbiendo a tu bandera fieles,
reclinan su cabeza sin laureles
en sepulcros sin flores, ni inscripción;
¡ah, pero ahora en vez de noble sangre
inmundo barro nuestro suelo alfombra!
¡Ni siquiera morir bajo la sombra
se puede de tu amado pabellón!

¡Almas de ardiente inspiración bañadas,
jóvenes bardos de la patria mía,
no olvidéis que la grande poesía
es hija de la santa libertad!
¡Cantáis brisas y flores, cuando al pueblo
hay manos que sacrílegas oprimen!
¡Escarneced al criminal y al crimen,
o el cobarde laúd despedazad!

¡Para marcar el rostro de los siervos
o al amo imbécil fustigar con ira
con las cuerdas de bronce de la lira,
poetas, es ya tiempo de imitar
al gaucho noble, al payador valiente
que arranca una bobona a su guitarra
y al extremo de un litigo la amarra
cuando precisa herir al azotar!

¡Oh, patria, al ver que tu destino entrega
a estúpidos mandones, me parece
que de cólera el Plata se estremece,
y pienso en los delirios de mi fé,
que hasta las piedras de las calles sienten
ira y vergüenza de que pisen ellos
donde en los días de tu gloria, bellos,
próceres y héroes han sentado el pie!


¡Ciudad de Mayo, que en un tiempo has sido
la joya de la América latina,
pueblo de Juan Chasaing y Adolfo Alsina,
no, tú no eres el que viendo estoy!
tu brío se apagó; tus ciudadanos
tienen menos valor que tus mujeres,
y una turba ruin de mercaderes,
depositaria de tu suerte es hoy!

¡Comprendes el aprobio y lo soportas
envilecida estás, y estás contenta!
Te han puesto debajo de la misma afrente
Impávida gozando en tu abyección!
¡Yo, degradado en joven, soy tu imagen;
pero así en tu desgracia, patria mía,
yo te amo y tus ultrajes lavarían
con sangre de mi propio corazón.

Camila Meayar