El Temulento, del Dr. Joaquín Castellanos (cuarta parte)

Es uno de los más notables hombres de la poesía salteña, fue gobernador de Salta y su erudición en las letras competía solamente con su honradez y hombría de bien. En esta obra, nos deja muchas rimas que confluyen en una suerte de tratado de filosofía existencial.

VII

Pero ya escucho que de lo alto suena,
llamando a la oración de la mañana
en la vecina iglesia la campana
con metálica y lenta vibración.

Allí gentes del pueblo se encaminan
a elevar sus plegarias a los cielos;
el mundo de los últimos consuelos
para las almas es la religión.

Un día al templo fuí donde mi madre
a misa en otro tiempo me llevaba,
y al pie del mismo altar en que ella oraba
con profunda emoción me arrodillé;
desde que ella murió yo me hice incrédulo;
ya no pisaba las iglesias nunca;
quise rezar; la salve medio trunca
fue la única oración que recordé.

Al hallarme, después de larga ausencia
bajo esas naves donde tantas veces
mi pobre madre levantó sus preces
a Dios, por mis hermanos y por mí;
al mirar las imágenes que objeto
eran de su piedad, me parecía
que aún algo de ello en el recinto había,
y como una mujer me enternecí.

Yo en mi cansado espíritu sentía
Lo que debe sentir el peregrino
Si lo llevan las vueltas del camino
a un sitio en que antes disfrutó de paz;
y allí descansa y piensa entristecido
que tiene que seguir su marcha errante,
más penosa después de aquel instante
de reposo fugaz.

Mi pasado evoqué… Cuando la mente
En volver al pasado se encapricha,
¡ay!, los recuerdos de la muerte dicha
vienen en ronda fúnebre a vagar
por las sombras del alma, como dicen
que en la alta noche de misterios llena,
salen las tristes ánimas en pena
el sueño de los vivos a turbar!

Se elevan como pálidos espectros
desde el limbo interior de mi memoria
los falsos espejismos de la gloria
las vanas sombras del perdido bien!

Remonto al curso de mis bellos días
hasta la dulce edad de los amores,
y hallo el tendal de las marchitas flores
que me hicieron soñar con un edén.

¡La imagen, ¡ay!, de mi primer afecto,
único goce sin desengaños,
de mi casta pasión de quince años,
dulce idilio de amor primaveral,
trae a mi mente los contornos vagos
de una figura angelical y tierna,
cuya memoria en mi alma será eterna
si el alma, como espero, es inmortal!

¡Después reminiscencias de la infancia…
y la escuela y los juegos inocentes,
y los seres queridos, hoy ausentes,
que antes poblaban mi desierto hogar!
Cuando el pálido sol de esos recuerdos
de mi hondo hastío derritió la calma,
sentí de lo recóndito del alma
que porfiaba un lágrima en brotar!

¡Ella subió por último a mis ojos;
al fin, como la onda contenida,
al fin iba a encontrar una salida
tanto dolor que a solas devoré;
ya no sé desahogarme, ignoro el llanto;
pero en esa ocasión, aglomeradas,
todas mis amarguras no lloradas
en la lágrima aquella condensé.

Sangre de las heridas del espíritu,
sangre blanca, la lágrima en su esencia
es luz fluida, carne de existencia
que el amor cristaliza en perla ideal;
la sangre roja mana del presente
y es solo corporal; la sangre blanca
de allá del fondo de la vida arranca,
y el fondo de la vida es inmortal.

Esa gota de llanto era en resumen
dos impulsos, de recuerdos y dolores
yacentes en silencios interiores
que de honda, subjetiva soledad,
suben, como las aguas estancadas,
que convertidas en vapor se extienden,
y en grandes nubes, cuando al cielo ascienden,
son también cielo, ¡cielo en tempestad!

Esa gota de llanto era un resumen
Que desgarrones íntimos y extractos
de vida, en psicológicos contactos
de eternidad, objetiva en sí;
y cuando iba a verterla, parda sombra
cruzó a mi lado, hirióme una voz recia,
y de la oscura solitaria iglesia
las puertas rechinaron tras de mí.

¡Última flor que se deshoja en mi alma!
¡Última lumbre de remoto faro!
¡Última playa en que busqué un amparo!
¡Postrer alivio hurtado al corazón!
¡Primicia de consuelo malograda!
Al borde de mis párpados, aquella
lágrima se detuvo, y al par de ella
detúvose en mis labios la oración.

Salí a la calle y regresé a la orgía;
y desde entonces siento que en mis ojos
queda ese llanto cual los tintes rojos
de criminales manos en la piel;
¡ay!, desde entonces, como el agua filtra
en subterránea, lóbrega caverna,
gota por gota siente en lluvia interna
caerme al corazón el llanto aquél!


VIII

¡Ay, desde entonces, con afán profundo
de mi fría existencia en la aridez,
para olvidarme y olvidar al mundo
busco el aturdimiento en la embriaguez!

En la sorda ansiedad que me devora,
yo de mi propio ser preciso huir;
duda el que piensa, y el que siente, llora;
vale más no pensar y no sentir.

¡Vale más en un torpe desenfreno
matarse en el suicidio del placer;
el alcohol es el mejor veneno,
el mejor, exceptuando la mujer!

Cuando en la orgía estúpida me abismo
no debo por el gusto de beber;
bebo porque en el fondo de mí mismo
tengo algo que matar o adormecer!

¡Oh, vida, dame otros placeres, dame
otras formas de amar y de sentir!
haz que una voz espiritual me llame
con rumbo a mi perdido devenir.

¡Dale a mi alma un impulso que la mueva
para escaparse de mi yo interior;
dame también dolor, pero una nueva
y alta categoría de dolor!

¡Ya inútil… nada puedo… Fuerza ciega
que otra más ciega aún mueve el azar,
soy voluntario náufrago que entrega
su barca al río que lo lleva al mar!

¡Sólo me queda ya mi orgullo fiero
que en frente del abismo me hace erguir!
¡Viva la tempestad! ¡Viva el pampero!
¡Viva el oleaje en que me voy a hundir!

Fran Oieni