De Juan Carlos Dávalos
LA VOLTEADA
Muje plantado en actitud bravía,
ceñido el lazo del testuz adusto,
y terco afronta con empaque augusto
el asalto voraz de la jauría.
Hinca, dócil al puño que lo guía,
el duro casco el alazán robusto,
y piafa lleno de sudor y susto
de la sinchada en la mortal porfía.
Y cuando el toro enceguecido y fiero
botando espuma de repente arranca
y la embestida poderosa cierra,
se cimbra el lazo sobre el bramadero,
y entre una densa polvadera blanca
el cuerpo cae rotundamente en tierra.
LA MUERTE
Y yace el bruto en la postura inerte
con que el hombre mañoso lo invalida,
la carne de cansancio estremecida
y al fin tumbado el espinazo fuerte.
Nadie el espanto y el dolor advierte
de la negra pupila entristecida,
donde tiembla la fuerza de la vida
con la oscura zozobra de la muerte.
Después, el estertor del hondo tajo!…
y el hombre indiferente en su trabajo
limpia la daga en la cerviz del toro.
La sangre por la herida borbotea,
y un escuálido perro saborea
el caudal rojo de vislumbres de oro.